6/8/07

TRAS LA SEMANA SANTA...

Visto lo ocurrido en Semana Santa y lo que está ocurriendo este verano, ¿qué podría hacer la DGT? He aquí tres sugerencias.

Tras la campaña de Semana Santa, cuya eficacia no voy a tener el mal gusto de valorar, me planteé si contribuiría a evitar males mayores exponiendo cuanto antes tres cosas que podría hacer la DGT; pero al ver que mantenía la misma línea de campañeo, me tranquilicé, pues su contumacia demostraba que no urgía hacerlo. En todo caso, como temo que —por desgracia— serán aplicables en futuras ocasiones, ahí van mis propuestas:

  1. Reflexionar con la lucidez habitual y, por supuesto, no asumir ninguna responsabilidad. Como mucho, un difuso "Quizá ha fallado algo" o incluso un valentísimo "Quizá pudimos hacerlo mejor", complementado con un "Tal vez unos mensajes más crudos hubiesen tenido mayor eficacia". Y como remate, a modo de conclusión final, un rotundo "Conductor: mientras no te conciencies de que la carretera es para viajar, no para matarse, nuestros esfuerzos serán inútiles. Al fin y al cabo, no podemos conducir por ti".
  2. Ni considerar siquiera la posibilidad de movimientos de cargos, ceses o dimisiones. Ojo, no vayamos a fastidiar, que yo siempre tengo muy presente una gran verdad que oí hace muchos años: "Lo mejor que se puede hacer con algunos individuos, como por ejemplo los delincuentes, es tenerlos privados de libertad o al menos localizados y lo más controlados posible". Al fin y al cabo, al actual D. G. y a su equipo ya vamos conociéndolos y comprobando lo que dan de sí. Además, el historial del cargo evidencia que los Directores Generales de Tráfico siempre resultan manifiestamente mejorables. ¿Cómo se entiende si no que en cuanto cambia el Gobierno, una de las primeras cosas que hace es sustituirlos? ¿Acaso los Gobiernos no toman sus decisiones pensando únicamente en el bien de los gobernados...? Por eso eligen técnicos expertos y cualificadísimos, en vez de alguien cuyo mayor mérito sea circular hábilmente por las intrincadas corrientes del tráfico político. Y si los cambian es, sin duda, porque consideran que el saliente ya tocó techo y que el entrante va a superarlo ampliamente. Eso sí, la causa oficial de su sustitución casi nunca llega al extremo de considerar fracasados a los cesantes; antes bien, suelen loarse sus muchos méritos y por eso, en vez de condenarlos al ostracismo, se les busca algún reciclaje donde la sociedad pueda seguir aprovechándose de ellos. Así pues, ¿para qué arriesgarse a hacer cambios, con lo peligrosos que son los riesgos en el tráfico?
  3. Perseverar en la línea habitual de actuación, sin desmayar ni desviarse. Así, por lo menos nos ahorraremos desagradables sorpresas, no sea que un día se pongan a pensar y se les ocurra algo nuevo, ¡que eso podría ser lo que nos faltaba! Nada, nada, a seguir así: la DGT, con la firme convicción de que los únicos culpables de que haya accidentes son los conductores (al fin y al cabo, si en todos los accidentes automovilísticos hay implicado algún conductor, no cabe otra posibilidad, ¿verdad...?); y los demás mortales, asumiendo cada vez más que no deberíamos suicidarnos, y manteniendo viva la esperanza de que algún día —¡al fin!— puedan conducir por nosotros, pues ese día ya no habrá más muertes en carretera. Y mientras, cada vez más seguros y protegidos por los cada vez más numerosos radares, cuya acertada colocación podremos conocer y celebrar gracias a los cada vez más extendidos avisadores legales. ¡Y viva la pepa!

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